viernes, 24 de octubre de 2014

Un clásico demasiado precoz para Ancelotti y Luis Enrique

Como viene siendo habitual en las últimas ediciones de la Liga, el clásico llega muy temprano al torneo de la regularidad. Barça y Madrid llegan a su enfrentamiento aleteando las alas con fuerza, pero nadie sabe aún si su vuelo es realmente estable, y todavía no han demostrado su fiabilidad ante rachas de viento imponentes. Los de Luis Enrique llegan imbatidos e invictos en la competición doméstica, pero con más dudas de las que sus extraordinarios números reflejan. El conjunto catalán sigue con buen ritmo su proceso de reconstrucción. El técnico asturiano ha sustituido la chapa y pintura que dejó su antecesor en el cargo por nuevas herramientas que el equipo llevaba pidiendo años. En pocos meses ha conseguido que la sociedad entre Neymar y Messi muestre una afinidad que parece no tener límite, una conexión que está contando en los últimos partidos con la mejor versión de Iniesta, que se ha hecho de rogar. Esta buena sintonía entre los tres tenores culés es un tremendo avance respecto a la última campaña, pero el mérito e Luis Enrique no acaba aquí.


La presión vuelve a parecerse a la poderosa arma que fue antaño, aunque con tanto desuso todavía no está totalmente afilada. Salvo las incógnitas de Douglas y Vermaelen, las caras nuevas no parecen serlo cuando juegan. Bravo ha conseguido que nadie se acuerde del mejor portero de la historia del club, y Rakitic y Mathieu ya se han ganado sus primeras grandes ovaciones en el Camp Nou. Su llegada al Barça ha sido clave para que el equipo, aún vulnerable en ese aspecto, haya dejado de temblar en todas las jugadas a balón parado. Pero no todos los nuevos rostros vienen de fuera. La cantera vuelve a ser ese tercer pulmón de aire fresco del que solo el club catalán puede disponer, Munir y Sandro han respondido a la confianza de su entrenador y ya no son ningunos desconocidos en las convocatorias del primer equipo.

Pero no todo son buenas noticias en Can Barça. Pese a su buen debe, a Luis Enrique le quedan aún varias tareas en el haber que debe resolver, y sin duda recuperar la mejor versión de Piqué es la más primordial dadas las circunstancias. El central ha ofrecido su mejor versión ante el Villarreal y el Rayo, y es urgente que la vuelva a mostrar. El catalán es el mejor capacitado para dirigir el inicio de la jugada desde la retaguardia y comandar las transiciones defensivas, pero su irregularidad sigue condenando al equipo y comienza a despertar murmullos en el Camp Nou. Su posible titularidad en el Bernabéu deberá tapar esas voces de inquietud si desea ayudar a su equipo. Su rendimiento en el clásico será el termómetro del rendimiento del equipo. Para ello, no solo deberá ocultar sus carencias, sino también las de su compañero en la banda derecha, Dani Alves, que pese a su leve mejora en ataque, sigue concediendo una autopista a los rivales por su flanco. Resulta curioso que con estos problemas, los récords que están batiendo los de Luis Enrique sean de imbatibilidad.

El Madrid, el mayor arsenal de Europa, pondrá a prueba los buenos números ligueros de este nuevo Barça. El conjunto blaugrana llega al clásico dejando grandes sensaciones en un partido entre semana por primera vez esta temporada, síntoma de que la maquinaria empieza a estar engrasada y de que el nivel físico comienza a ser el óptimo. Pero esta trayectoria ascendente nada tiene que envidiar a la de su eterno rival.

Tras un comienzo muy dubitativo y varios pinchazos en Liga, el poderío ofensivo del Madrid comenzó a sacarle las castañas del fuego al club blanco y a tapar heridas que se abrirían en canal ante los grandes si Ancelotti no ponía remedio antes, y el técnico italiano parece haberlo encontrado en su segundo año al cargo del equipo. En Anfield, por primera vez, el Madrid del italiano fue claramente superior a un rival de entidad en un escenario complicado, algo que no consiguió en ninguna de las finales aunque las ganara, y que solo dejó ver durante la Supercopa de Europa ante el Sevilla. En sus goleadas ligueras, el Madrid se había mostrado demoledor en ataque, pero no terminaba de adueñarse del partido. Ante el Liverpool, fue diferente. El Madrid estuvo imperial, no solo goleó sino que fue claro soberano del partido.


Y la entrada de Isco en el 11 ha sido el punto de inflexión decisivo en la mejoría blanca. El malagueño nunca será en el Madrid el formidable «10» que prometía ser en Málaga, pero su nueva versión viene de perlas al club de la capital. Isco no solo mejora el rendimiento colectivo de su equipo, sino también el individual de algunos compañeros, y James es el claro ejemplo de ello. El ex del Mónaco y del Oporto al fin rememora la versión que le hizo convertirse en la revelación del Mundial. El colombiano se ha liberado de las tareas defensivas que lastraban su juego y se ha destapado como un excelente pasador gracias al enorme trabajo recuperador del malagueño, que tampoco descuida su labor en ataque. Con menos alegrías que antes, el benalmadense sigue rompiendo líneas y dejando atrás rivales como solo él sabe hacer. Su conducción y pase hace aún más temible a la delantera blanca, que llega, al igual que la defensa culé, batiendo récords.

Con Isco en el campo, Benzema tiene menos rivales, más espacio y más tiempo para lanzar a Cristiano, que no necesita ni la mitad de ayuda que recibe para marcar. El portugués parece haber olvidado sus molestias en la rodilla que lastraron el final del pasado curso y el Mundial, y resulta casi inimaginable que falle ocasiones. Cada vez menos extremo, y cada vez más cerca de ser el «9» que sus condiciones permiten que sea, aunque él no lo crea. Sus registros goleadores son de otra época, seguramente futura, en la que lo normal será golear como él hace en el presente actual. Porque en el pasado no hubo nunca un goleador como él en este momento.

Pese a todo, Ancelotti tiene aún varias cuestiones que debe solucionar. El de Anfield fue un importante test superado con nota, pero aún le quedan asuntos por resolver. El técnico italiano apenas supo detener a un Messi muy deteriorado la pasada campaña, y el de este año llega rozando la excelencia futbolística. El argentino sabe como nadie atacar los espacios débiles de su rival, y coincide con su posición favorita: la espalda de los mediocentros, espacio que Modric no defiende todavía tan bien como hiciera el anterior año. Quitarle ese metro a Messi habrá sido un quebradero de cabeza para Ancelotti, al igual que para su colega Luis Enrique habrá sido imaginar como generarlo.


Porque seguramente ambos técnicos hubieran firmado que el enfrentamiento entre ambos tardara varias semanas en llegar. El clásico llega demasiado pronto para dos equipos que acaban de despegar, pero que aún no han alcanzado las máximas revoluciones, lo que provocará averías en el motor y sorpresas que ambos estrategas no se esperarán. El duelo entre los dos titanes del fútbol español llega antes de lo deseado para sus técnicos, pero entra en escena justo «en el momento dado», que diría Cruyff, para los aficionados. 

Aitor Soler

viernes, 12 de septiembre de 2014

El Barça no es un altavoz

Tras otro infernal parón de selecciones, la Liga vuelve al fin a escena. El Barça de Luis Enrique se verá las caras con el Athletic de Valverde, pero esta vez las tan halagadas innovaciones del técnico asturiano pasarán a un segundo plano. Pese a las buenas victorias de este nuevo Barça en las dos primeras jornadas, la noticia esta vez no será el fútbol, pero lamentablemente sí estará en el campo.

La celebración de la Diada en la que multitud de catalanes reclamaron su supuesto derecho a decidir su futuro ha usurpado el trono que le corresponde al fútbol como gran protagonista de una jornada liguera. Pero el Barça ha decidido quitarle al balón el papel estrella que merece para dárselo a la política, cuya presencia en un estadio es tan prescindible como la de Jar Jar Binks en Star Wars.

El club catalán, con la decisión de usar como local la camiseta de la Senyera (equipación que no entra en vigor esta campaña), cruza una peligrosa línea que le puede convertir en el altavoz de los caprichos de unos políticos, a los que nada les importa el fútbol. Al contrario que miles de aficionados culés españoles, y que viven tanto dentro como fuera de Cataluña, que ven como el club de sus amores les da la espalda.

Porque es totalmente lícito, e incluso necesario, que los clubes de fútbol empleen el gran impacto que tienen sobre la sociedad en favorecer el trasvase cultural entre las distintas ciudades a las que pertenecen. Pero esta vez el Barça, al igual que en 2012 cuando en todo un clásico Barça-Madrid priorizó los colores de la Senyera antes que los suyos, ha ido un paso más allá. Y puede convertirse en un peligroso paso en falso.

Alguien debería recordarle a la junta actual encabezada por Bartomeu que España no es solo bipartidista en democracia (pese a que el binomio PP-PSOE parezca agonizar sus últimos días), sino también en fútbol. No hay niño en el país al que no se le haya preguntado de pequeño: "¿tú qué eres, del Barça o del Madrid?", y desgraciadamente muy pocas veces la respuesta es otro club. Mostrarse tan abiertamente beligerante con el tema de la independencia de Cataluña puede suponer una derrota definitiva ante el máximo rival en la captación de nuevos aficionados. Pocos niños querrán ser de un equipo que no es de su país.

Niños que en un futuro podrían gastar parte de su sueldo en camisetas, bufandas u otros artículos del Barcelona. Porque directa e indirectamente, los aficionados son el principal foco de ingresos de un club de fútbol. Son los principales clientes de los productos que salen a la venta. Pero también son el barómetro del impacto que puede tener un club en la sociedad. Una medida que la publicidad conoce muy bien. Cuantos menos culés hubiera por las calles, menos ingresos recibiría el club por publicidad. Perder la batalla en las calles sería perder la batalla en el campo. ¿Puede permitirse un club de la grandeza del Barcelona desacostumbrarse a ganar? La respuesta es obvia.

El Barça es un club demasiado grande para ser solo catalanista. Y pese a que Manuel Vázquez Montalbán lo calificara como "el ejército de Cataluña sin armas", el Barcelona es ante todo un club que representa a millones de personas, muchas de ellas españolas. El Barcelona ante todo un club de fútbol, deporte que le ha dado grandes alegrías durante los últimos años, y que ha provocado el nacimiento masivo de nuevos aficionados culés, y que sienten más respeto por los colores del club que el que sienten los políticos y directivos de turno, que lo ven, ante todo, como un altavoz.

Aitor Soler

miércoles, 23 de julio de 2014

Pésimo fichaje, gran refuerzo

Tras varias semanas de supuestas negociaciones, Mathieu es al fin jugador del Barça. Luis Enrique ya tiene uno de los centrales que pidió. El francés llega al Camp Nou con la pesada losa de haber costado 20 millones €, valor que la afición le exigirá que demuestre en el campo. Su desorbitado precio ha levantado serias dudas entre la afición culé. Un escepticismo que se está convirtiendo en críticas dirigidas hacia la dirección deportiva, pero también hacia el nuevo defensa azulgrana.

La pésima gestión de Zubizarreta es sonrojante. El exguardameta no ha sabido rebajar ni un céntimo de las altas pretensiones del Valencia. Tras ser incapaz de encontrar un central de garantías en sus cuatro años como máximo responsable de la parcela deportiva, ha fichado tarde y mal a Mathieu. Un refuerzo que llega con un año de demora, y con unos cuantos millones que se podrían haber ahorrado. Pero pese a que económicamente es poco menos que una estafa, futbolísticamente es un fichaje más que necesario.

Mathieu llega al Barcelona tras ser el mejor central del Valencia en las últimas dos temporadas. El galo ha sido el baluarte de la zaga che desde que Ernesto Valverde optara por situarlo en el corazón de la defensa. lugar en el que ha mostrado sus virtudes como central y donde también ha tapado los defectos de Ricardo Costa, Rami o Senderos. El bajo nivel de sus compañeros en la débil muralla valencianista fue una adversidad que el francés superó con creces, valor inestimable para una defensa comandada por Piqué, que sigue añorando a esa pareja que sepa corregir sus errores como hacían Abidal o Puyol.

Pero Mathieu no solo llega avalado por su experiencia en la Liga y por su buena labor como central corrector. Su velocidad, altura y buena técnica para sacar el balón jugado desde atrás son virtudes que le avalan como un refuerzo más que necesario para el equipo de Luis Enrique. Su edad (cumplirá 31 años en octubre) es el único aspecto negativo que puede levantar su contratación a nivel deportivo. Un argumento al que se recurre de forma masiva pero que no ofrece datos contundentes. 

Porque juventud no siempre es sinónimo de futuro, Cáceres o Chygrynskiy dan buen ejemplo de ello, y porque los 30 no siempre son una barrera, sino un trampolín. La mejor versión de Abidal llegó a los 31 años, tras varias temporadas siendo un lateral que aportaba poco en ataque y que no era del todo fiable en defensa, pero al igual que su compatriota, encontró su jubilación dorada en el centro de la defensa. La marcha de Abidal provocó una hemorragia en el corazón de la zaga culé que la ineptitud de Zubizarreta no ha podido taponar, una herida que Mathieu está dispuesto a sanar de manera definitiva.

Aitor Soler 

jueves, 10 de julio de 2014

Fútbol, renace de tus cenizas

Argentina y Alemania se verán las caras por tercera vez consecutiva en un Mundial. Las dos últimas ocasiones fueron en cuartos de final. Los germanos se llevaron el gato al agua en ambas ediciones, por penaltis en 2006 y por goleada en 2010. Pero esta vez serán palabras mayores, la Mannschaft y la albiceleste lucharán directamente por el cetro mundial. También por tercera vez, argentinos y alemanes se verán las caras en la final de una Copa del Mundo, como sucediera en 1986 y en 1990, ediciones en las que respectivamente Maradona y Matthäus impusieron su ley y su estilo. Casi un cuarto de siglo después del último enfrentamiento finalista entre ambas selecciones, Brasil espera la coronación del futuro Rey. El reino futbolístico aguarda la llegada de su nuevo y justo poseedor.

Solo un equipo será capaz de llevarse el trofeo a sus vitrinas. Solo una selección será capaz de sumar una estrella más sobre su pecho. Al igual que cuenta la leyenda del Rey Arturo, solo uno estaba destinado a sacar la espada Excalibur de la roca. Solo uno será digno merecedor de la Copa del Mundo. Y para ello, deberán esforzarse por merecerlo en la final del 13 de julio en Maracaná, el lugar idóneo para que el futuro campeón reconcilie a talento y fútbol, dos factores que han vivido demasiado separados este Mundial.

Pocas ediciones de la Copa del Mundo han juntado tanto talento como la de Brasil 2014. Las favoritas llegaban a la fase final de la cita mundialita acompañadas por una clase media dispuesta a dar más de un susto, y así se ha podido comprobar en el mes de competición. Pero el nivel futbolístico no ha estado a la altura de las altas expectativas que levantó la calidad reunida en Brasil. ¿Los responsables? Planteamientos dirigidos a ocultar errores propios y no a mostrar las propias virtudes. El trabajo colectivo se ha convertido en la suma de las distintas capacidades de los 11 jugadores, cuando debería ser el medio para que cada una de las diferentes capacidades de los futbolistas generasen ventajas en el partido. Ideas así han sustituido el atrevimiento por el pánico, muy contrario a lo que rezaba el espectacular anuncio de Nike previo al Mundial: Arriésgalo todo.

Este síntoma se ha ido agudizando según avanzaba el torneo. Ya que las selecciones pertenecientes a esa potente clase media han sido las más osadas. Pero son las favoritas de siempre las que han llegado a las fases finales, donde el fútbol por unas cuestiones o por otras ha brillado por su ausencia. Porque el fútbol debe ser entretenimiento y emoción. Dos factores que no han conseguido reconciliarse en estas semifinales. El 7-1 de Alemania a Brasil fue un espectáculo memorable, una exhibición nunca vista en un Mundial y que rara vez se repetirá. Pero los aficionados de la Penta-campeona no merecían ese castigo, al igual que Scolari no merecía sentarse en ese banquillo. Pero no toda la culpa debe caer sobre Felipao. Brasil siempre ha sido temida por sus delanteros y hombres ofensivos, y en este Mundial dos de sus mejores hombres formaban la pareja de centrales. Delante, solo un Neymar, una especie en vías de extinción en la cuna del fútbol. ¿Seguro que el mejor camino en el fútbol formativo es fomentar la disciplina táctica y no ayudar a brotar el talento que un país como Brasil posee casi de manera innata?

Sea como fuere, esta Seleçao ya forma parte de la historia del fútbol por ser víctima de una selección alemana que lleva años haciendo, a todos los niveles, lo que tiempo atrás seguramente hacían en Brasil. El equipo de Löw buscará terminar la página de este capítulo que con tanta calidad literaria está rellenando. En frente tendrá al combinado de Sabella, cuya calidad se sigue esperando y que en su ausencia, la sustituye un encomiable valor y esmero. Argentina y Alemania, dos selecciones que brillaron en la década de los 70, en el que cada una ganó un Mundial. Los entendidos en la materia dicen que fue en aquella década donde nació el fútbol que conocemos hoy en día. Ojalá dos de los países protagonistas de aquellos años quieran regalar a este viejo deporte la última noche memorable que merece, y la primera de una nueva y brillante era.

Aitor Soler

viernes, 13 de junio de 2014

Darth Vader Cesc

"¡Tú eras el elegido! ¡El que destruiría a los Sith, no el que se uniría a ellos! ¡El que vendría a traer el equilibrio a la fuerza, no a hundirla en la oscuridad!", gritaba un decepcionado Obi Wan al ver a su mejor pupilo, Anakin SkyWalker (o lo que quedaba de él), convertido en lo que prometió destruir. Las palabras de Kenobi hacia su aprendiz seguramente las sintiera como suyas, allá donde esté, Tito, al ver a Fàbregas posar con la camiseta del Chelsea, el equipo de Mourinho.

Vilanova fue el que puso más empeño para ver a Cesc vestido de nuevo con la camiseta del Barça. Guardiola confió en la inquebrantable fe de su ayudante, y ambos técnicos decidieron que el de Arenys era el indicado para mantener intacto el estilo que había hecho al Barça campeón de todo. El ex del Arsenal fue el elegido para tomar el relevo de Xavi. Fàbregas no solo asumía uno de los legados más importantes en la historia del club, sino que estaba destinado a perfeccionarlo.

Y durante los primeros meses parecía que podría conseguirlo. Cesc formaba una sociedad imparable con Messi, veía gol con una facilidad insultante y comenzaba a sentirse el amo del medio campo, y casi del equipo. Fàbregas aportaba una verticalidad que parecía mejorar lo que meses antes en Wembley parecía inmejorable. El trasvase de poderes con Xavi iba viento en popa, el de Arenys liberaba de sus funciones al de Tarrassa, que comenzaba a mostrar síntomas de fatiga en su juego. Y por si fuera poco, el Barça seguía cosechando éxitos. El hijo pródigo trajo consigo tres títulos bajo el brazo: Supercopa de España, Supercopa de Europa y Mundialito de Clubes, torneos en los que tuvo una participación más que notable.

Terminaba 2011 y comenzaba 2012, año que el club catalán comenzaba con la ilusión de repetir la Triple Corona conseguida en 2009. La victoria en el Bernabéu en el mes de diciembre, gol de Fàbregas incluido, reactivó las esperanzas del Barça por la Liga. Pero mientras el ánimo parecía estar por las nubes, el juego decaía poco a poco, al igual que el papel de Cesc en el equipo. El Barça se desenganchó del tren de la Liga, y lo confirmó con la derrota en el Clásico de la segunda vuelta, partido en el que Guardiola prefirió apostar por Thiago antes que por Fàbregas. Pero lo peor para el de Arenys estaba aún por llegar: Suplente en la eliminación en semis de Champions ante el Chelsea y suplente en la final de la Copa del Rey, único título que el Barça ganó en 2012.

Su pérdida de protagonismo iba acompañada de un peligroso y leve murmullo que se levantaba en la grada. Fàbregas había pasado de ser el heredero de Xavi a ser totalmente irrelevante en el juego culé. Su apatía poco disimulada hacía parecer que incluso estorbaba en el 11 blaugrana. Y con más dudas que confianza terminó su primera temporada en el club de sus amores.

Comenzaba la siguiente, ya sin Guardiola en el banquillo, y el panorama parecía cambiar. Su entrenador en cadetes, sería ahora su técnico en el primer equipo. Y pese a que las cosas no comenzaron demasiado bien, Cesc tiró de orgullo y de raza para volver a regalar al Camp Nou su mejor versión. Fàbregas calló unos murmullos que iban ganando en intensidad y comenzó de nuevo a levantar los aplausos de su afición, y de nuevo solo hasta febrero.

Cuando llegó la fase determinante de la temporada, Tito, al contrario que su antecesor en el cargo, sí apostó por Cesc, pero el futbolista no estuvo a la altura de la fe que había depositado en él su gran valedor. La desesperación de la grada era ya más que latente, pero Cesc siguió otro año más en el club. Y esta vez sí parecía ir en serio. Su juego era sobresaliente. Ante el evidente declive de Xavi y las constantes lesiones de Messi, el ex-gunner se echó el equipo a la espalda, pero solo volvió a aguantar hasta febrero. Y los murmullos se convirtieron en pitos, y su apatía en ira.
 
Y ante la adversidad, Cesc decidió decir basta. Las condiciones de Fàbregas eran las idóneas para ser el capataz del futuro Barça, pero la situación le superó por completo. El ahora jugador del Chelsea brillaba ante rivales débiles, y de vez en cuando deslumbraba antes grandes contrincantes, pero la regularidad nunca fue una virtud. Su falta de profesionalidad le pasó facturas en los tramos importantes de la temporada. Su apatía se convirtió en el síntoma de no recibir el cariño de una afición que se entregaba a otros de sus compañeros. 

Al igual que Anakin, Cesc nunca soportó no ser un maestro en un consejo formado por los mejores. Y al igual que el joven SkyWalker nunca demostró ser un gran jedi, el joven Fàbregas tampoco demostró en el Barça ser un gran jugador. Que la fuerza le acompañe en el Chelsea. Y ya veremos como es la nueva saga culé sin su Darth Vader particular, la de George Lucas fue un rotundo fracaso.

Aitor Soler

domingo, 25 de mayo de 2014

Llegar más allá del vencedor

Dicen que en la memoria solo hay hueco para los vencedores, y que son los títulos los únicos billetes que dan entrada a la eternidad. Pues ayer un subcampeón decidió desafiar estos principios. El Cholo y sus hombres rememoraron un diálogo de la película Gladiator: “Hoy he visto cómo un esclavo se volvía más poderoso que el emperador de Roma”. Máximo, al igual que el Atlético, cayó derrotado. Pero su lucha desigual conmovió a todo el Imperio, tanto como el equipo colchonero a todo el continente futbolístico.

Tras un año retando a todos los tópicos que le daban por muerto antes de luchar, y después de derribarlos todos partido a partido, el Atlético, pese a no ganar, volvió a vencer a la historia. Porque el vacío en el palmarés que supuso la derrota lo llena un orgullo que sigue intacto. No hay lugar para lamentos y decepciones en un equipo que posee un ánimo de acero. "Este partido no merece una lágrima. Cuando se entrega la vida no hay nada que decir", dijo el Cholo nada más acabar el partido. Esta vez la gloria no fue solo para el vencedor. 

La orejona no estará en las vitrinas rojiblancas. La Champions puso rumbo al norte de la capital. Tras 12 años de interminable espera, las nueve Copas de Europa blancas ya tienen su tan anhelada compañera. Pero la tan ansiada, y ya conseguida, Décima estuvo a poco más de dos minutos de seguir siendo una obsesión. Fue entonces cuando Ramos se convirtió en un coloso para sujetar a su equipo y sanar la hemorragia que sufría el orgullo de su equipo, y también el de su capitán, Iker Casillas.

La leyenda del conjunto blanco se reencarnó en el camero. La épica acudió a la llamada del fútbol que pusieron Isco, Di María y Modric, pero Ramos fue el que tomó el último testigo. Un mérito que no sería tan recordado si su técnico hubiera sido otro, y no Ancelotti. El Madrid ganó con autoridad su décima Copa de Europa. Su palmarés ya forma parte de la historia del deporte, como los 5 Mundiales de Brasil o los 18 Oros Olímpicos de Phelps. Pero en la historia no solo caben títulos.

Aitor Soler

sábado, 24 de mayo de 2014

La final de lo inimaginable

Ser el mejor equipo de la capital, la aspiración de dos equipos que durante más de un siglo ha alimentado una de las rivalidades más auténticas en la historia del fútbol. Hoy, tras 111 años de sufrimientos y alegrías a partes desiguales, Real Madrid y Atlético de Madrid no solo se disputan el reino futbolítico de su ciudad, sino el de todo un continente. Un escenario impensable hace tan solo unos meses.

Porque pese a los buenos refuerzos del equipo blanco en verano, la baja de Mourinho parecía ser una tragedia irreparable para muchos. Aficionados y entendidos de la materia merengue (o supuestamente entendidos) vislumbraban de nuevo un Madrid incapaz de gobernar Europa, y volviendo a ser el hazmerreír entre los grandes clubes del continente. El vacío que provocó la marcha de Mourinho era directamente proporcional a la desilusión que generó la llegada de Ancelotti. Un desencanto que ni los fichajes de Bale, Isco y compañía parecían poder paliar.

Casi un año después del nacimiento de esa decepción generalizada, el Madrid de Ancelotti sueña con gobernar Europa, algo que el antecesor del técnico italiano no tuvo la ocasión ni de imaginar. Como tampoco ningún atlético era capaz, no de imaginar, ¡de soñar! con estar en la final de la máxima competición de clubes del mundo.

¿Quién iba a ser capaz de esbozar en su mente a un Atlético capaz de dejar atrás a Milan, Barcelona y Chelsea cuando no hace tanto estaba más cerca del descenso que de Europa y era eliminado por un 2ª B en la primera ronda de la Copa del Rey? Fue entonces cuando Simeone cogió las riendas del equipo. No han pasado ni tres años de aquello y la hinchada colchonera ya ha celebrado cuatro títulos, y está por mérito propio capacitada para imaginarse festejar un quinto. Nada más y nada menos que una Champions League. ¿Quién lo iba a decir cuando no hace tanto jugarla ya era suficientemente motivo para ir a Neptuno?

Lisboa acogerá el derby de los derbys. El Estadio da Luz será el mejor escenario para una final inimaginable como la de hoy. En ese mismo estadio Grecia ganó una Eurocopa a la anfitriona, Portugal, hace 10 años. Así que, ¿queda alguien todavía con la osadía suficiente de querer predecir lo que ocurrirá esta noche?

Aitor Soler